[Me Lleva el Diablo] Los falsos dueños del periodismo: el poder de la palabra

Se dice que los médicos no se preocupan mucho por sus errores porque los entierran. Pero los periodistas, los reporteros, publicamos los nuestros.

En Querétaro, en el periodismo y en el ejercicio de la Libertad de Expresión, hay quienes se autoproclaman dueños del saber, de la información, de la verdad; se autoproclaman perfectos como periodistas y se dan golpes de pecho en su falsa modestia argumentando que “no lo saben todo”.

Con ello, desde hace tiempo inició la decadencia del oficio, porque desde su falsa modestia y la simulación de pluralidad y “sabiduría”, silencian la crítica, silencian la autocrítica, desdeñan la crítica externa de los ciudadanos a cambio de estar con el poder político y económico.

El periodismo es una actividad en el que el aprendizaje no termina nunca, el periodismo es una actividad donde somos aprendices de todo y oficiales de nada.

Hace tiempo que el oficio en la entidad está enmohecido, marginado, automarginado, de las nuevas formas de hacer periodismo; va a la zaga de los avances del nuevo periodismo que atañe más a los ciudadanos que a los propios periodistas.

Ni desde la calle ni desde las redacciones, ni desde las universidades, han podido evitarlo; por el contrario, ayudan, apoyan e inducen cada vez más a esa decadencia.

El verdadero periodista debería de estar preocupado por comunicar lo que acaba de saber, de aprender, ayudando a crear una conciencia cívica a través del lenguaje sencillo de los hechos.

Pero no, preferimos autofestejarnos, festejarnos junto con el poder. Y de pronto nos damos cuenta de que hemos perdido lectores, o clientela, o público; que pocos son los que se acuerdan de este noble ejercicio, y decidimos seguir así: callarnos, festejar nuestros aniversarios con el poder, pero no con el poder de los ciudadanos.

La desidia y las pocas ganas de leer nos han hecho tragarnos una historia contada periodísticamente a medias, a retazos. El periodismo en Querétaro ha excluido toda la complejidad y todos los matices de la dialéctica entre lo nuevo y lo viejo, entre sucedido y lo contado.

Retazos periodísticos con los que difícilmente las siguientes generaciones podrán armar el saber, el saber realmente qué ha pasado en la entidad, qué pasó realmente con los hechos que hacen la historia queretana.

Benditas redes sociales que ponen en evidencia que la catástrofe actual del periodismo es una crisis del lenguaje, de los valores más esenciales del reporterismo.

Los periodistas deberíamos de despertar a todos los ciudadanos ávidos de conocer lo que realmente pasa en el estado, en el país y el mundo con algo más denso, más tenso que una sonrisa: con el grito de alarma de la veracidad.

Revelar, denunciar, criticar, poner al descubierto lo que corroe la vida del estado y perjudica los intereses del pueblo, pero no con la voz agria del amargo fracaso ni con la lisonja que da tener el estómago satisfecho por los favores recibidos, no.

Se debe de hacer con la conciencia tranquila de quien está cumpliendo un deber, por eso la sonrisa a flor de piel y con el cuadernillo y la pluma, con la grabadora antes y ahora con el celular, testimoniando con preguntas no a modo, sino preguntas que buscan respuestas que quieren los ciudadanos, no los reporteros o los periodistas.

Hay, por supuesto, unos periodistas mejores que otros, pero ninguno debe hacer de este oficio un ejercicio de trampas verbales, ya sea en el micrófono o con la letra escrita, o con la imagen.

El periodismo es el resultado de una búsqueda personal, voluntaria e incesante, no de un grupo o pandilla que se adueña de la verdad, que acapara los medios pero no el periodismo.

Hay que regresar al origen, recordar las redacciones rebelarse contra la mediocridad, la manipulación y la simulación hasta lograr una forma personal, no de grupo o pandilla, de expresarse, de expresarse sin miedo a la responsabilidad.

La búsqueda comienza con un personal y honrado examen de nuestro ejercicio, sea cual sea la edad, la experiencia, la formación, la experiencia, la ciudadanía estará agradecida de contar con reporteros, periodistas que, sin caer en la amargura, ponga cada día al descubierto lo que corroe la vida publica del estado, y del poder, en todas sus vertientes.

Hace falta un oficio donde conviva naturalmente la imaginación con la información verídica, el humor con los textos finos de los grandes acontecimientos que forjan la historia, la crónica de los temas que marcan el destino del estado; eso hace falta, y sobra la autocomplacencia y el ego de quien no aporta nada.







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