Las tradiciones de la gente son la memoria histórica del pueblo; la memoria histórica constituye el soporte, la fortaleza, en la construcción de la identidad de un pueblo, y dentro de las tradiciones e instituciones que dan esa identidad están las cantinas, las cantinas de San Juan del Río.
Dicen los que saben que todo lo que pasa en Querétaro pasa por San Juan del Río.
Si no, pregunten a Santiago Nieto.
Soy un escéptico que intenta entender el concepto del origen, no sé si se mide por años, quinquenio, décadas, lustros o siglos, pero hay cosas cuyo origen son un presente continuo, como las cantinas de San Juan del Río.
Pero, qué tienen en común cantinas como El Casino —la cantina del poeta guanajuatense José Alfredo Jiménez—, La Cima, La Internacional, Emiliano, La Condesa, Mi Oficina, Jacarandas, Bar Manolo’s , El Mesón de Don Jorge, La Covacha. ¿Qué tienen en común? Todo y nada.
Todo, porque constituyen la tradición y la modernidad de San Juan a la vez; y nada, porque cada una tiene su propia identidad: como San Juan del Río, que tiene su propia identidad, al margen de la queretaneidad.
Como todo lugar digno del nombre, las cantinas de San Juan nos ofrecen alegrías, y ya entrados en tragos, algunos desacuerdos con la cuenta, pero todo frente a la delicia de encontrarse con un presente que nada le pide al pasado y, menos, al futuro.
Son tiempos modernos, e igual que en los antiguos, aún tenemos la suerte de reír, hablar en una de estas cantinas totalmente sanjuanenses, que han perdurado en el tiempo; se reconocen como si fuera la casa de siempre: a media luz, sórdidas sin llegar a ser tenebrosas.
Algunas, por no decir que todas, parecen el vivo retrato de las cantinas que frecuentan los grandes detectives de las novelas negras, de la novela policiaca como las de Raymond Chandler y su Philip Marlowe, o por qué no, de las que escribe Paco Ignacio II, aunque sus personajes no beben, o las de Andreu Martín, o las de Dashiell Hammett.
Estas cantinas de San Juan son el emblema de la propia identidad, que se reconoce en el vocabulario de los sueños etílicos, que han sido protagonistas de la historia de nuestro estado y que intentan, sin proponérselo, seguir rescatando la tradición cantinera más cantinera de las cantinas.
Espacios destinados al público en general, ya no existe aquello de: prohibido la entrada a mujeres menores, perros, uniformados y demás fauna y flora social que despreciaba las cantinas.
Ahora llegan los náufragos llenos de potencia, claridad, abrazando el realismo que destila el trago de diversas procedencias, en donde cualquier problema, sea político, social o sentimental, adquiere un toque de distinción.
Porque es territorio que nació para el pueblo y el pueblo lo sigue conquistando, y a pesar de las hordas clasemedieras que invaden y se adueñan de todo, estas casas reconocen a los suyos, que viven expuestos a la vida llena de riesgos sin cursis sensibilidades.
A pesar de que con el paso del tiempo han cambiado los modos, los misterios y las costumbres no; entonces, hay que recuperar la fascinación por el San Juan de nuestros mayores y redescubrir lo que nos ofrece este singular municipio.
Cada generación escribe la historia, su historia, según como le va, como la ve, y esta es la historia de un regalo del pasado para el siglo XXI, estas cantinas son un enigma que no se descifra ni con el tiempo ni con la luz, porque son el tiempo y la luz misma.
La reputación debe dejarse en la puerta al entrar a cualquier cantina, y solo quiero decirles que al buen vino —y también al malo— hay que darle fondo. Y como dijo un amigo en alguna muy frecuente ocasión, hay que hacer de la cruda un placer.
Salud a todos.
08
Oct 20
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