Adiós al “Comandante”, el hombre que amó al periodismo por encima de todo

#Luto

San Juan del Río, la región, el estado y el periodismo están de luto. Ha muerto uno de sus más grandes y fieles representantes, Armando Velazco Nieto, “El Comandante”, ganador del Premio Estatal de Periodismo en 1990 y referente de la nota roja o información policiaca.

Armando Velazco no estudió para ser periodista, nació para ser periodista. Aprendió el oficio en la trinchera, en la calle, y se fue forjando como se va forjando el hierro. Y se convirtió en su “amante” fiel. Quedó prendado al periodismo como a la mujer amada o la sublime poesía.

Fue repartidor de refresco y socorrista de la Cruz Roja durante 11 años, y precisamente por esto, por sus contactos, el entonces corresponsal del Diario de Querétaro, el gran Israel Luna Cabrera, lo invitó a integrarse a El Sol de San Juan del Río, que estaba por fundarse; Armando rechazó la invitación, pero se integraría dos años después.

Empezó siendo ayudante de fotógrafo, después fotógrafo y posteriormente reportero. Así comenzó su amor: amando el olor a químicos, a tinta y a papel, adquiriendo al mismo tiempo otro olfato, el reporteril, y una sagacidad periodística que no logran alcanzar muchos de los incipientes jóvenes periodistas... Y se convirtió en reportero de nota roja, porque el entonces subdirector, don Agustín Martínez, amenazó con despedirlo si no aceptaba la plaza.

Siempre tecleó “de a dedito”, tanto en la máquina de escribir como en la computadora. Pero con ese dedito fue capaz de narrar su testimonio de muchos episodios tristes, lamentables y desgarradores de la historia queretana.

Velazco le contó a su tocayo, otro gran periodista, Armando Guerra Vázquez, sobre su Premio Estatal de Periodismo: “Obtuve aquel premio gracias a la manera en que cubrí una gran explosión que por aquel tiempo se registró en una gasera de la comunidad de Loma Linda; me dio mucha tristeza (ver) cómo mucha gente estuvo en peligro de ser alcanzada por el fuego; eso me hizo hacer una excelente crónica que después me mereció aquel premio de periodismo”.

Como todo buen periodista, Velazco tuvo dos grandes virtudes: el don de la amistad y la afición por la bohemia. Y yo tuve el privilegio de compartir ambas con él en varias ocasiones. Me contó múltiples anécdotas tanto de su vida personal como periodística.

Para Armando Velazco no había cuotas de notas ni horarios, y amaba, por sobre todo, a su empresa y su trabajo. En una ocasión, siendo yo encargado de la edición de El Sol de San Juan del Río, esperaba en Querétaro el material de Armando y no llegó, y la competencia nos ganó una nota importante. Al otro día le reclamé. Honestamente, me dijo: “La verdad me fui de borracho”. Le respondí: “Váyase a su casa, está suspendido, regrese en tres días”. Abrió los ojos, sorprendido, y me espetó: “Señor Benítez, yo no sabría qué hacer en mi casa; déjeme venir y trabajar los tres días, aunque no me paguen”. “No, podría usted demandar a la empresa”, le contesté. “Por favor, ya sé que la regué, pero no sé estar sin trabajar; es más, si quiere trabajo una semana y no me paguen; se lo firmo”. Trabajó los tres días. Yo no reporté nada. Cuando llegó su día de pago, su sobre llegó íntegro. Inmediatamente vino a mí: “Oiga, hubo un error, no me descontaron los tres días ni tampoco el día que falté”. “No sé de qué me habla”, le dije.

Tanto amó al periodismo, que Armando Velazco siguió yendo diario a su amada empresa, pese a su enfermedad.

Adiós, Comandante. Hasta pronto, amigo.

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