Calle La Academia perdió a uno de sus vecinos ilustres, José Luis Cuevas

#Cultura

Desde siempre y de manera especial a partir del 8 de julio de 1992 por la calle La Academia, ubicada en el Centro Histórico de la capital mexicana, José Luis Cuevas fue un andarín consumado, producto de su amor por la ciudad que lo vio nacer; hoy esa calle siente la pérdida de un vecino ilustre.

El 8 de julio de 1992 fue inaugurado el Museo José Luis Cuevas con una ceremonia encabezada por el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari. Desde entonces la escultura “La Giganta”, obra de José Luis Cuevas, colocada en el mero centro del recinto, es la que simboliza a ese espacio cultural abierto a todas las ramas del arte.

Esta mañana húmeda, con un Sol tímido que apenas asomaba sobre el primer cuadro de la capital del país, la calle La Academia lucía una soledad rara y singular. Sobre su acera poniente, donde se levanta el Museo José Luis Cuevas, pocas personas deambulaban y un comercio formal e informal enmarcaron la escena de luto por José Luis “El niño rebelde”.

Notimex llegó hasta el número 13 de esa calle, casa del museo que Cuevas soñó e hizo realidad. Cerrado este día al público, porque se está montando una nueva exposición, ese museo presenta una actividad inusual: Artistas y museógrafos que colocan estéticamente las piezas de la inminente muestra, trabajan al lado de empleados que manifiestan su luto.

A punto estaban esta mañana de colocar un enorme moño negro, señal de duelo, no en la puerta principal del edificio, sino colgando del barandal del primer piso del inmueble, a modo de que al ingresar, el visitante lo observe, y acaso, eleve una oración, revalore la obra heredada por José Luis Cuevas (1934-2017) y comparta su desconsuelo con la épica “Giganta”.

Las autoridades del recinto dicen que el Centro Histórico es uno de los más hermosos no sólo del país, sino del continente, y cuenta con tres etapas: El México Precolombino, el México de la Colonia con su arte religioso, y el México de hoy. Y uno de los conventos más sublimes es el de Santa Inés, a un costado de la Catedral. Ahora está ahí el museo.

Este convento data de finales del siglo XVI y fue construido por el arquitecto Alonso Martínez López y en el altar están los restos del pintor Miguel Cabrera. Albergaba a 33 religiosas, una por cada año de vida de Cristo en la Tierra, y años más tarde colocaron un taller de herrería en el terreno adyacente, afectando la tranquilidad de las reverendas.

Agotados los fondos de las religiosas, recurrieron a la rifa de billetes de la Real Lotería para financiar la compostura del convento, afectada por el mismo taller de herrería que al mismo tiempo era cerrajería. El arquitecto Manuel Tolsá hizo las reparaciones; en 1932 se declaró monumento histórico y en 1967 se vendió a particulares para hacerlo vecindad.

En un texto escrito por Beatriz del Carmen Bazán, hoy viuda de Cuevas, mismo que está al alcance de quien se interese en este museo, a mediados de 1970 José Luis Cuevas había reunido una gran colección de obras de artistas latinoamericanos, con el deseo de crear un museo que llevara su nombre y albergara parte de su propia trabajo.

Durante algún tiempo esta obra, que constantemente aumentaba, estuvo bajo resguardo en las bodegas del Museo Carrillo Gil. El museógrafo Fernando Gamboa, gran amigo de Cuevas, insistía que el museo debería estar dedicado a la obra de Cuevas. Los dos se dieron a la tarea de recorrer el centro de la ciudad en busca del lugar apropiado para eso.

En algún momento pensaron en un viejo edificio donde Venegas Arroyo estableció una imprenta en la que trabajó durante muchos años con José Guadalupe Posada. Desde el punto de vista histórico la idea parecía buena, pero el lugar donde Posada realizó la mayoría de sus grabados en madera era demasiado pequeño para la colección. Así que desistieron.

Por haber nacido en el Centro de la ciudad, José Luis Cuevas insistía en encontrar un inmueble que estuviera en un lugar próximo al barrio donde transcurrieron sus primeros años de vida. Gamboa, con esa visión del futuro que le caracterizaba, no estaba de acuerdo en que el museo estuviera en el Centro, porque ya empezaba a ser invadido por el ambulantaje.

Después del largo peregrinaje de Cuevas y Gamboa, al que también asistían intelectuales de la talla de Octavio Paz, Fernando Benítez y Salvador Vázquez Araujo, quien era el encargado de encontrar el inmueble, finalmente se encontró un viejo edificio en ruinas, muy cerca de la Academia de San Carlos. Cuevas pensó que ese sería el lugar adecuado.

Sin embargo, requería de un enorme trabajo de restauración. Dos presidentes de México aceptaron la creación del museo, ellos fueron Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari, con quienes Cuevas tenía amistad. Aceptado el proyecto, se tenía que reubicar a quienes habitaban en esas vecindades miserables y en un descuidado depósito de telas.

A pesar de estos inconvenientes, Cuevas y Vázquez Araujo insistieron que ese sería un lugar adecuado, aunque requeriría un trabajo titánico para convertir al andrajoso edificio en un museo del siglo XX. Desde joven, Cuevas caminaba por las calles de La Academia con curiosidad sobre todo lo que fuera aledaño a las más antigua escuela de arte que tuvo México.

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